Por René Mondragón
Agosto de 2011
Desde Gaby Vargas, Álvaro Gordoa y Víctor Gordoa, pasando por Versace, Dior, Mary Kay o la señora Carolina Herrera, han invertido muchos años para darle actualidad al mexicanísimo Manual de Carreño, ponerlo al día y orientar a todos los mortales sobre las formas, usos y costumbres que es necesario tener en cuenta para proyectar una imagen apropiada a la edad, trabajo, morfología corporal, lenguaje no verbal, presencia e indumentaria.
Visión, educación y refinamiento
Todos los gurús del bien vestir que hemos mencionado, más toda la pléyade que no mencioné y posiblemente me reclamen, coinciden en varios puntos. Uno de ellos, por ejemplo, radica en el escoger la indumentaria apropiada para cada lugar donde una persona se presenta; para asegurar los objetivos buscado en un evento; para enviar mensajes igualmente apropiados de acuerdo con el lugar de que se trate.
Esto significa, asumir una visión de lo que pretendemos realizar, en el lugar en donde se tiene que realizar y los mensajes que deseamos enviar, conforme al sitio en donde estamos, el tipo de evento en el que participamos y las características de imagen personal y corporativa que es necesario considerar también.
Obviamente, esta serie de considerandos implican -además de la visión que comentamos- movernos en un entorno en el que la educación personal y el refinamiento alcanzado salen a flote.
Todo ello implica también, un comportamiento determinado y acorde a los detalles, propósitos y objetivos del evento de que se trate.
Lo mejor del asunto es que, nadie se asombra ni se escandaliza de las recomendaciones que los referidos gurús nos indican. Al contrario. Muchos de ellos, para reforzar sus indicaciones, recurren a otros argumentos adicionales a manera de ciencias auxiliares. Así, la comunicación, los modales de refinamiento a la mesa, el lenguaje corporal al sentarse, los detalles de cortesía y la buena conversación, vienen a ser parte de un entorno cultural de la persona educada, elegante y refinada.
El Manual de Carreño
En su momento, el Manual de Carreño (1) contribuyó no sólo a las tan atacadas "buenas maneras" y los "buenos modales", sino además, a asumir comportamientos adecuados para los distintos momentos y sucesos en los que participamos.
Algunos tips
De esta forma, en plena era de la comunicación a través de medios electrónicos como Internet y las redes sociales, se habla ya de un nuevo concepto la "nettiqueta".
Las recomendaciones son espléndidamente ilustrativas: evitar el comportamiento naco de dejar encendido el celular y permitir que suene "La Marcha a Zacatecas" o "Viva mi desgracia", interpretada por Pedro Infante, a la mitad de una conferencia. Y como el interfecto no sabe ponerlo en vibrador, todo mundo voltea -conferencista incluido- a observar al fulano que se levanta de su lugar, atraviesa todo el corredor y por fin, sale del salón.
O el otro sujeto que se asume como un "naco de angora" y en vez de un timbrado común, surge una sensual voz femenina que dice: "Mi amo, tiene usted una llamada telefónica". Y todo esto, mientras el padrecito dice: "Dense fraternalmente el saludo de paz".
Afortunadamente, el manual de Carreño sigue vigente, aunque algunos todavía no se dan cuenta. (2)
La digresión
El comentario resulta interesante porque en varias Iglesias católicas se solicita a hombres y mujeres que acudan a los servicios religiosos, apropiadamente -iba a escribir, "decorosamente"- vestidos. Es decir, con una indumentaria adecuada -ad hoc, dicen los especialistas- al lugar, al tipo de evento, a las características y reglas del juego impuestas por el sitio físico a donde uno acude.
Efectivamente, son reglas impuestas, porque a nadie le preguntaron si estarían de acuerdo en la ubicación y mobiliario de los sanitarios; o si se había logrado un consenso para determinar otro tipo de lugares como pueden ser los camerinos para un teatro o la sacristía para un templo. Simple y llanamente, si uno acude al Palacio de Bellas Artes, al Claustro de Sorjuana, al Hospicio Cabañas o a las grutas de Cacahuamilpa, usted y yo nos ajustamos a las reglas del lugar. Lo mismo sucede al visitar la Basílica de Guadalupe, la Catedral Metropolitana o Notre Dame.
Esta serie de comportamientos implican respeto por uno mismo, por los demás y por el lugar al que se asiste. Y nadie se espanta.
Sin embargo, las cosas en este maravilloso país se cuecen de manera distinta.
Resulta que Ángeles López, titular del Centro de Derechos Humanos llamado "Victoria Diez" -mujer extraordinaria de quien podrían aprender algo más que el manoseo de su nombre- pegó el grito en el cielo, clamó venganza al Olimpo y se sintió medio pariente de Anders Breivik con ganas de pensar cosas feas de cualquier eclesiástico, empezando por los obispos, porque de acuerdo con su opinión, pedirle a la gente que vista adecuadamente para ingresar al templo, es un acto que violenta los derechos humanos, sobre todo, los de las mujeres.
Y no conforme, doña Ángeles calificó de "hipócrita" a la Iglesia católica, porque -de acuerdo con sus declaraciones- lo único que hace la Iglesia católica -porque no habló de otra- es "denigrar a las personas".
Si hay restaurantes que exigen una indumentaria específica; si hay antros en donde se tiene que cuidar cierto tipo de comportamientos; si lugares en donde es válido emplear determinadas expresiones... mis preciosísimas lectoras y amabilísimos lectores, ¿alguien me podría decir, por qué en los templos -incluyo iglesias, sinagogas o mezquitas- no se puede solicitar lo mismo?
Victoria Diez... ¡cuánto fascismo, intolerancias y fundamentalismos se hacen en tu nombre!
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