Por: Enrique Galván-Duque Tamborrel Marzo / 2010 No sé si esté bien aplicado el adjetivo, pero el caso es que por ahí anda. He dicho muchas veces que la prensa mexicana, "mátalas callando" pero ya está convertida en el Primer Poder de la Nación. Considerando que la prensa es el conjunto de personas que ejercen el periodismo y que este es una profesión que por su cometido, y guardada la ética que toda profesión debe observar, debería ser muy digna, pero lamentablemente los que la ejercen la hacen indigna. No hace mucho un prestigiado periodista dijo que el periodismo no es una profesión, que es una actividad. Con esa lamentable definición, indigna de una persona que se dice periodista y que además es muy prestigiado, y dicha supuestamente para justificar, yo diría tratar de tapar, la serie de trapacerías que cotidianamente cometen los periodistas. Es indispensable que su diario devenir de los pueblos se tenga información de los sucesos, sobretodo actualmente en que el mundo está súper-comunicado, pero es indispensable también que la información sea veras, sin que comentarios adicionales la distorsionen como es la mala costumbre. Estas distorsiones llegan a ser de tal grado que, dada la gran influencia que tienen los periodistas sobre los lectores y/o oyentes –trátese de prensa escrita o electrónica--, que la gente, dados los diferentes criterios de esta, que se cambia radicalmente el suceso de que se trate. En tres sucesos recientes, de diferente índole, se hizo patente el poder, por un lado, y lo nefasto, por el otro, de la prensa mexicana. El primero fue durante las campañas de las pasadas elecciones federales y estatales. Quien puede negar la tremenda y definitiva presencia de la prensa, principalmente la electrónica. Hace algunos meses me visitó un viejo amigo que radica en el Estado de México, en la zona metropolitana del Valle de México, o sea que de hecho vive el la monstruosa conurbación cuyo centro es la ciudad de México. Venía recorriendo la ruta hacia la frontera con Guatemala y, claro, obviamente me dio mucho gusto saludarlo después de varios años de no verlo. En la amena plática que sostuvimos, al calor de un aromático café y unas galletitas –yo las perdono--, y después de incursionar en consabido tema de las reminiscencias y de las respectivas familias, tocamos el tema obligado en la actualidad: el narcotráfico y en general de la delincuencia organizada. Mi amigo es periodista y por lo tanto está muy informado de esos menesteres. Estábamos muy compenetrados en la conversación, cuando notoriamente noté en su semblante un rictus de profunda tristeza y frustración. Obviamente traté de indagar el motivo, el pausadamente empezó a platicarme que en medio del periodismo estaba muy penetrado por la corrupción alimentada por la delincuencia organizada, específicamente el narcotráfico. Es claro que para mantenerse incólume ente los embates de la extorsión, sobre todo estando de por medio la familia, es mucho muy difícil, dónde aflora importantísimamente el miedo, que es precisamente a donde enfocan sus baterías los delincuentes, saben perfectamente que cuerda tocar. Mantenerse incólume como lo ha hecho él --según me lo dijo y se lo creo por saber su origen y calidad humanas--, le ha resultado difícil y cada vez que toca el tema y/o se le viene a la mente, su estado anímico cambia radicalmente, y esto por desgracia es frecuente. Así los periodistas dejan de ser creíbles y/o dignos de confianza en sus comentarios. ¿Quién puede creer en la validez de los comentarios que regularmente hacen? ¿Hasta que punto dejan de ser confiables? Dada la importancia de la prensa en el devenir del quehacer nacional, en esas circunstancias ¿qué credibilidad pueden tener los periodistas si están sujetos a dicho embate? |
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