Por Manuel Velásquez
Octubre de 2011
La crisis política en México se vuelve más profunda cada día. La falta de credibilidad en los partidos es constante en muchos círculos ciudadanos, los cuales, cuando menos, están inconformes con las actuales administraciones, sean del color que sean. No existe un consenso, a nivel general, en ningún tema trascendente para el país. Pareciera como si la división partidista hubiera alcanzado de forma irreparable a la ciudadanía.
Por demás está decir que el panorama a nivel social es bastante desalentador. Una ola de violencia que pareciera que no tiene fin. Regiones sin autoridad, el norte coaptado por un estado constante de crimen, ilegalidad e impunidad y en donde los gobiernos estatales se ven rebasados por esta situación y el nivel federal no tiene la capacidad logística para "rescatar" dichas zonas.
Una ruptura entre el sistema político y la sociedad civil es inevitable. Todos los partidos políticos han demostrado con creces su incapacidad para satisfacer las necesidades del Bien Común. Poco se ha logrado durante los 10 años de la llamada transición, desde que el PRI dejó el poder presidencial. Somos unos púberos —políticamente hablando— y estamos en una encrucijada: por un lado la opción de retomar un buen rumbo. Por otro lado tenemos la opción de autodestruirnos.
Lo impresionante de esta "transición", es que el PAN, el partido que supuestamente logró derrotar al PRI, se ha convertido en una mala copia de un partido que a lo largo de 80 años aprendió cómo manipular al sistema a su conveniencia, el blanquiazul lo ha intentado, sin embargo, no lo ha podido hacer completamente.
La percepción general, es que no ha habido grandes avances durante los gobiernos panistas, tanto a nivel nacional como a nivel local. Muchos panistas llegaron para hacer mal las cosas, olvidándose del electorado del que tanto se apoyaron durante los años 80 y 90, pasando a ver únicamente por su pellejo. Se acomodaron en el poder.
El PRD es un tanto de lo mismo. Durante los más de 15 años que llevan gobernando la capital de México, poco han hecho para acabar con la pobreza, la marginación, las malas condiciones de vida, la falta de empleo, etcétera. La corrupción sigue siendo un imperante en el Distrito Federal. Es más la transformación que se ha dado a nivel exterior que al interior.
También se ha caracterizado el partido de "izquierda" por hacer uso de artimañas del viejo sistema: prácticas caciquiles, sobornos a funcionarios, control de órganos de gobierno, por decir algunos.
En cuanto al PRI, ni se diga. Siguen demostrando que son el mismo partido de siempre, a pesar de que en su discurso y en los medios digan que han cambiado y se traten de vender con una nueva imagen. Lo cierto es que el tricolor a través de sus gobernadores ha demostrado que las malas prácticas siguen siendo de su patente y no tienen ni la mínima intención de cambiar.
Ver los casos de Oaxaca con Ulises Ruiz y el conflicto magisterial del 2006, la multimillonaria deuda de Moreira en Coahuila, el pésimo gobierno de Enrique Peña Nieto más preocupado por su imagen que por la intromisión de los Zetas en su estado, los escándalos de pederastia de Mario Marín, ex gobernador de Puebla.
¿Qué opción nos queda ante un panorama así? Sólo podemos tomar un camino: unirnos como sociedad, dejar a un lado los colores y comenzar a ver por nosotros mismos, sin la guía de un partido e ideología en específico. Poner nuestras propuestas sobre la mesa, hacernos escuchar por las vías institucionales, la protesta pacífica, las redes sociales, el debate de altura y las propuestas. Por lo pronto, el que escribe esto grita firmemente: ¡NO les creo! (a nuestra clase política, a cada uno de ellos que solos se han puesto el pié).
No hay comentarios:
Publicar un comentario