Por Jesús Muñoz
Fuente Yoinfluyo.com
arzo / 2011
Una de las críticas más violentas que se ha hecho al cristianismo fue, sin duda, la planteada por el filósofo Federico Nietzsche. Su discrepancia se deja ver desde muy joven. A los 20 años perdió la fe y quedó convencido de que era preciso combatir al cristianismo.
Señalaba Henri de Lubac en su libro "El drama del humanismo ateo", que la lucha del pensador alemán no consistió en diseñar ninguna refutación a los dogmas cristianos. Su beligerante oposición no radicó en presentar procesos cerebrales y silogísticos con objeciones al cristianismo.
Para este excéntrico personaje era un hecho evidente que la historia cristiana era una leyenda y su dogmática una mitología; era un punto en el que, según él, no había que perder tiempo. El verdadero y único problema de Nietzsche contra el cristianismo era su moral a la que considera un "crimen capital contra la vida" (cf. Encuentro, Madrid 2008, p.83).
Uno de los aspectos fuertemente atacados de la moral cristiana fue la humildad, la sencillez y la caridad, que está en el "código genético" del cristianismo. Nietzsche afirma en "Así habló Zaratustra": "Guerra al ideal cristiano, a la doctrina que hace de la beatitud y de la salvación el objeto de la vida, que proclama la supremacía de los simples de espíritu, de los corazones puros, de los que sufren, de los fracasados... ¿Cuándo y dónde se ha visto a un hombre digno de tal nombre parecerse a este ideal cristiano?".
Para Nietzsche, el cristianismo halaga las cobardías y las vanidades de los débiles. Por eso combate la confianza, la simplicidad, la paciencia, el amor al prójimo, la sumisión a Dios y el repudio de sí mismo. El cristianismo sería una religión de esclavos. En oposición a este ideal anti-vital, Nietzsche predica la voluntad de potencia de los hombres fuertes. La realización del hombre consistirá en imponerse, en exaltar su voluntad.
El otro factor de crítica era la moral sexual predicada por el cristianismo. Para él, con sus normas y prohibiciones el cristianismo había "envenenado" lo más hermoso que tenía la vida; si bien no lo había matado, sí lo había degenerado en vicio.
La Grecia de las orgías, de los cultos a la fertilidad y de la prostitución sagrada era el ideal que el cristianismo había ahogado con sus preceptos. Era necesario liberar al hombre de todas estas ataduras, tomando como estandarte el dios griego Dionisio (cf. Henri de Lubac, "El drama del humanismo ateo", p. 85).
Sin embargo, la historia ha mostrado los desaciertos del filósofo alemán. El cristianismo no ha necesitado muchos argumentos, al igual que su feroz atacante, para demostrar que éste se equivocaba.
Auswichtz y el exterminio nazi fueron el escenario del ideal de hombre como voluntad de potencia, que pasaba por encima de los débiles, despreciando la compasión, la humildad y el amor al prójimo, considerándolos anti-vitales y afirmándose a sí mismo en su fuerza. Millones de seres humanos asesinados fueron la prueba más contundente de que la voluntad de potencia no es el constitutivo esencial y la realización del hombre.
La defensa del sexo libre como "arrebato de lo divino" sin medida, tampoco ha sido una propuesta atinada. El culto a Dionisio y las orgías nos muestran que el sexo descontrolado no es realización sino su destrucción. La prostituta sagrada que ejercía su oficio en el templo no era tratada como persona sino como un instrumento.
Así, como señala Benedicto XVI, la sexualidad degradada a puro "sexo", sin tomar en cuenta la dimensión humana del amor y de la donación de la persona, convierte al hombre en mercancía, en simple "objeto" que se puede comprar y vender (cf. Benedicto XVI, "Deus caritas est", n.5).
La crítica de Nietzsche pasó, pero la moral cristiana sigue siendo piedra de tropiezo. El cristianismo para muchos sería retrogrado e iría contra la "libertad humana" por su no a los preservativos, al divorcio, al aborto, a la píldora del día después (PDD), a las uniones homosexuales.
¿El tiempo, como ya ha sucedido, dejará ver quién tiene la razón? ¿Y según constatamos hoy día, quién la tiene?
Basta echar un vistazo y ver que los frutos hablan por sí mismos.
La visión de la sexualidad que se inculca en nuestra cultura reduce el amor a sexo y a genitalidad. La inversión en anticonceptivos y en planes educativos que lo único que promueven es la promiscuidad, ha desplazado a la educación responsable de una sexualidad maduramente vivida y humanamente encauzada. ¿Qué frutos se pueden esperar de esta situación sino que también el hombre se convierta en un producto de mercado?
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