Andrés Lajous
Las sedes parlamentarias, suelen ser el mejor ejemplo de la fuerza simbólica que portan las edificaciones, al cumplir dos papeles públicos a la vez: 1) son parte de la forma urbana y los símbolos que se construyen en relación a ellos, y 2) representan la constitución misma del poder público.
En estas páginas Héctor de Mauleón describió cómo en el siglo XIX nuestro poder legislativo, se vio obligado a mezclar los símbolos que por uso portaban ciertos edificios, con los símbolos del poder público. Las figuras de la soberanía popular y la discusión democrática, se tuvieron que mezclar irónicamente con los del circo y la comedia, a partir de la ocasional habilitación improvisada de teatros como espacios parlamentarios.
Un año atrás Jesús Silva-Herzog Márquez tras una breve revisión de la arquitectura de algunos de los recintos parlamentarios en el país, describió de buena manera las consecuencias de cómo se mezclan estos dos papeles en una "democracia horrible". Javier Sicilia en la reunión pública en el Castillo de Chapultepec con los representantes del poder legislativo, vio una analogía entre la relación de los legisladores con el resto de la sociedad, y la arquitectura de las Cámaras de Senadores y Diputados: "Bunker[s]de un poder que prefiere darle la espalda a los ciudadanos y contemplarse en el espejo de sus ambiciones traducidas en parálisis legislativa y en manipulación política".
Hace falta, literalmente, dar un paso atrás. Los símbolos arquitectónicos no sólo emanan de las intenciones de los arquitectos ni de la función de los edificios, sino de la relación que estos tienen con el resto del entorno urbano. Preguntémonos, no sólo, cómo se ven y qué espacios tienen nuestros recintos legislativos, sino ¿cuál es su posición en relación al resto de la forma urbana? ¿en qué contexto urbano están insertos? ¿qué nos dice el entorno de estos edificios públicos sobre la relación de quienes los usan con el resto de la sociedad?
Llegar a San Lázaro a pie, no es fácil, a menos que uno viva en una de las pocas cuadras de la colonia 10 de mayo que está a un lado de la Cámara de Diputados. Incluso si uno va en metro, tiene que al menos sortear uno de dos ejes viales, o Av. Congreso de la Unión, o Av. Eduardo Molina. Si viene del zócalo, desde las espaldas del Palacio Nacional, puede andar con cierta calma por Corregidora, e incluso caminar entre los puestos que se ponen al final de la calle. Sin embargo el parque Guadalupe Victoria es el inicio del aislamiento entre el Centro Histórico de la ciudad y San Lázaro. El parque está en mal estado y sirve como hogar a grupos de desempleados e indigentes que toman el sol en sus bancas. La antigua garita de San Lázaro, que parece estar a punto de caerse, combina el uso de dormitorio bajo sus arcos y baño público a la intemperie en sus esquinas. Las colonias que rodean este conjunto están a su vez segregadas por las murallas que requieren los vehículos que pasan por General Anaya, y la línea 4 del metro que al estar en superficie hace casi inutilizable la monumental entrada principal de la cámara.
La sensación que da caminar por los alrededores de San Lázaro es la de un sobreviviente entre las ruinas, que de lejos ve un oasis que se mantiene como ilusión. Al interior de la cámara, los recursos no escasean y el presupuesto público se distribuye con singular facilidad. Curiosamente, de todas las discusiones legislativas, la presupuestal, es la que suele tener menos debates y tensiones públicas. La unanimidad las ronda como lo hacen pocos temas que afecten la vida cotidiana de los de afuera. El mejor ejemplo de ello, es el incremento constante de los recursos del propio poder legislativo, y los sueldos y privilegios de las y los diputados que este año logró sumar, sólo en diciembre, 420 mil pesos para cada uno. El hambre, la pobreza, y el desempleo, pese a estar a sus puertas, no se ve ni se oye. La entrada vehicular sobre Emiliano Zapata, permite evitar la disonancia cognitiva, entre lo que distribuyen y se distribuyen. Entre sus casas, coches, oficinas, y las bancas, banquetas, y bajo puentes habitacionales. Entre la arquitectura monumental de la cual nutren su estatus, y las ruinas que se van acumulando afuera.
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