sábado, 16 de enero de 2010

El nuestro, ¿un Estado corruptor?

Por; José de Jesús Castellanos

Enero / 2010

 

Como coronación de la organización social, el Estado –no el gobierno– está ordenado a la realización del bien común. En él confluyen organizaciones sociales naturales y sociedades intermedias de diverso tipo, que tienen que coordinarse y complementarse para favorecer el desarrollo de sus integrantes: las personas. El Estado no es un fin en sí mismo, es un medio. Las personas, en cambio, sí son fines en sí mismas.

Si bien es organizador, promotor y coordinador, el Estado no es el creador de la sociedad y, menos aún, de la persona, aunque Hegel haya creído lo contrario. Persona y sociedad anteceden al Estado. Por tanto, es deber del Estado respetar lo existente y ayudar a su perfeccionamiento.

Sin embargo, hace ya tiempo que el Estado, representado por sus gobernantes, se ha erigido a sí mismo en un poder absoluto que se siente creador de las personas y modelador de las mismas. De manera clara durante el siglo pasado vimos totalitarismos que encarnaron esta idea y se propusieron, de diversos modos, crear al hombre nuevo. Y aunque fueron derrotados, su virus perverso no ha muerto y el intento continúa, lo estamos viviendo.

Marx pensó utópicamente que algún día desaparecería el Estado por ser una hegemonía clasista que servía para el sometimiento de los explotados. Pensó que desaparecidas las relaciones de explotación consecuencia del modelo económico, advendría la sociedad sin clases y el Estado ya no tendría sentido, pues era una superestructura emanada de la estructura económica.

Su tesis fue un fracaso y el intento de llevarla a la realidad por medio del socialismo real costó millones de vidas. Eso lo vieron venir algunos de sus seguidores que, creyendo lo mismo, a partir de un inmanentismo filosófico, introdujeron variantes. Fue el caso de Antonio Gramsci, quien fuera popular en el último tercio del siglo pasado por haber gestado el Eurocomunismo.

Para Gramsci, más importante que la estructura, era la superestructura. Él vio en el Estado, en la educación, en los medios de comunicación y en las leyes, es decir, en la cultura, el medio de revolucionar a la sociedad, vaciándole sus valores y sustituyéndolos por otros nuevos, a su antojo.

Para el pensador italiano, según expresó en sus Cuadernos de la Cárcel, el Estado es el educador: "Si todo Estado tiende a crear y a mantener un cierto tipo de civilización y de ciudadano (y por consiguiente de convivencia y de relaciones individuales), tiende a hacer desaparecer ciertas costumbres y actitudes y a difundir otras; el derecho será el instrumento para este fin (al lado de la escuela y de otras instituciones y actividades) y debe elaborarse de modo que sea conforme al fin, así como de la máxima eficacia y productividad en resultados positivos" (La Hegemonía como relación educativa).

Este intento del Estado como educador ha estado presente en nuestra Patria desde hace años. Plutarco Elías Calles lo verbalizó en su famoso "Grito de Guadalajara", y lo concretó en el propósito de apoderarse de las conciencias de la niñez y la juventud.

El proceso tardó años, pero ha cristalizado. Lo encontramos claramente expresado en los libros de texto, oficiales o de permiso oficial. Ya no se trata sólo de la historia oficial que nos aturdió durante el priísmo, con sus mitos y ritos, y de la cual no hemos podido librarnos.

Ahora se trata de la imposición de una concepción del ser humano, de una antropología que niega la diferencia entre hombres y mujeres a partir de su sexualidad, sino que introduce el resbaloso concepto de "género" para declarar que cada hombre se construye a sí mismo en una libre opción, fuera de su determinación biológica, como si con su sola voluntad pudiera cambiar lo que ya es.

Educación y leyes, como pretendía Gramsci, hoy son la herramienta con la cual los socialdemócratas locales –independientemente del partido en que militen– quieren crear una nueva civilización y un nuevo ciudadano, generando nuevas y antinaturales formas de convivencia y de relaciones.

Es una reingeniería social, ante la cual la mayoría de los mexicanos permanecen pasmados, paralizados, dominados y sin palabra. Algunos por cómplices, otros por idiotas útiles y muchos más por ignorancia de lo que se ha venido gestando, o porque, simplemente, ya son víctimas.

Hoy es políticamente incorrecto hablar y apelar a la moral pública, a las buenas costumbres, a la defensa de la naturaleza humana (pues se niega su existencia), o al orden natural de las cosas. El Estado ha vuelto la situación de cabeza, y lo mismo autoriza matar, que propicia el libertinaje sexual desde las escuelas o en su sistema de salud, que ahora consagra como "institución social" la unión de las personas del mismo género.

 

 

«EL RESPETO A LA LEY ENALTECE NUESTRO ESPÍRITU»
 



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